“La abuela de mis nietos”.
La emigración es una decisión difícil. Si eres mujer, más. En ese contexto de desarraigo, la soledad duele. Es esa, la enfermedad más grave que aqueja a la humanidad en el mundo de hoy. Echas de menos a tu tierra, a tu familia, a tus amigos.
Despedirse de una abuela sin la certeza de volverla a ver, es de las pruebas más duras que te pone la vida. Sabes que tus mayores quedaron allá, y cualquier día pueden partir de este mundo sin que vuelvas a recibir sus mimos, y sin decirles, lo suficiente, cuánto les quieres. Duele porque parten primero, y no podemos compartir con ellas nuestros éxitos de la adultez, después que tanto hicieron por nosotros.
La infancia de las octogenarias de hoy fue muy distinta a las de las abuelas del mañana. A sus tres décadas de vida, casi todas nuestras abuelas ya eran esposas, madres, trabajadoras o amas de casa, estaban establecidas en una comunidad geográfica; tenían una vida presente y un futuro previsible. Y aquí estamos sus nietas, debatiéndonos entre el ayer y el mañana, con estudios en proceso, sin camino laboral claro, ni hogar establecido, divididas entre la maternidad o el futuro profesional, cuestionándonos los conceptos de vida en pareja, enganchadas a las tecnologías, más emancipadas pero más perdidas, con la incertidumbre del futuro a cuestas. Para saber si algún día seremos abuelas, primero hemos de definir, si seremos madres. ¿Qué sentidos profundos tiene para nuestra generación de mujeres, traer al mundo nuevos niños? ¿A qué mundo estamos haciendo crecer? ¿Qué niveles de felicidad puede la humanidad procurar a todas las generaciones, a través del diálogo, la cooperación, el respeto y la buena convivencia?
Atormentadas por todas estas preguntas surge la necesidad de recorrer en la búsqueda de respuestas. ¿Y qué mejor forma existe de construir, sino es con la colaboración de muchas personas, viajando, preguntando, escuchando y haciendo? Y así surge la idea de hacer este documental etnográfico, para narrar historias de vida impactantes de mujeres ancianas de distintos puntos del orbe. Acompañarles, ser sus amigas, escuchar lo mucho que hemos de aprender de ellas, aprovechar ese capital cultural invaluable de sabiduría, que la sociedad desprecia por su supuesta incapacidad productiva. ¡Qué paradoja!: discriminar lo que seremos, si tenemos la fortuna alguna vez de peinar canas, de vivir para contarlo. ¿Y por qué dentro de la vejez, dar voz, especialmente, a las abuelas? Porque han llevado a cuestas durante siglos el estigma de ser mujeres, porque viven más que sus esposos, para cuidarlos, hasta el final de sus días, porque libran con valor la absurda batalla de continuar viviendo después de ver morir a un hijo…
¿Y cómo se hace un documental de temática social dedicado a la tercera edad, en un contexto de crisis económica y espiritual, donde a las productoras no les sale rentable el tema, a las instituciones no le alcanzan los recursos, para las administraciones no es una prioridad económica? Se hace, antes que nada, creyendo que es posible hacerlo, sabiendo que todos los sueños, para ser realidad, tuvieron que ser antes soñados. Abres tu mapa de contactos, convocas a tus amigos a sumarse, invitas a tus colegas por Facebook, buscas cómplices a través de las redes, en distintos puntos del mundo, hablas con mucha gente, todo el que se te ponga por delante. Pero sobre todo, intentas brindar un espacio creativo colectivo, para que profesionales, artistas y seres humanos sensibles de distintas edades, formaciones, orígenes; hagan de ese sueño grande, un pequeño proyecto personal, donde canalicen sus propios intereses.
Y así empiezan a surgir ideas mágicas, y el sueño inicial queda desbordado por el empeño de muchas y muchos. Y entre tanto, con el pretexto de aportar lo que cada cual pueda al documental, nos hacemos amigos, construimos redes de apoyo para los tiempos difíciles, enfrentamos retos desconocidos, paliamos la crisis con solidaridad. Y nacen del proyecto matriz, pequeños retoños: bailarinas contando sentimientos femeninos con todo el cuerpo, reportajes en profundidad sobre temas sociales, investigaciones socio-demográficas, músicos componiendo piezas inéditas, niñas que juegan en un colegio multicultural, jóvenes que no son actrices protagonizando campañas contra la violencia de género, talleres de entrenamiento en crowfunding, alianzas con Fundaciones para gestionar fondos… Ya somos 8 abuelas, y más de 70 colaboradores voluntarios de 12 países, en su mayoría mujeres. Nuestro puesto de mando está en Barcelona, y nadie es jefe de nadie. Trabajamos por el placer de hacer algo que nos gusta y nos hace crecer. Al final de este viaje, en las próximas navidades, tendremos un documental, con licencia abierta de Creative Commons para sensibilizar a la sociedad mundial respecto al valor de nuestras viejas y viejos, que podrá ser compartido por millones de usuarios gratuitamente en internet. Pero tendremos mucho más: habremos vivido una experiencia inmensa, grupal, pero también personal, profesional y humana… Ya no estamos solos. Las fundaciones Amics de la Gent Gran y Trans-Fusión Cubana son nuestras madrinas. Pero preferimos seguir siendo un proyecto pequeño, personalizado, de relaciones horizontales, como el patito feo, y no un cisne blanco emplumado. Lo mejor de todo es que no es propiedad de nadie, y a la vez, a todos pertenece. Sabemos cómo nació y queremos viva mucho, y crezca hasta el infinito. No es el final de nada, pero seguramente, el comienzo de muchos “algos”. Aquí estamos, y seguimos. A veces, duele, pero es seguro que vale la pena.