Tan lejos y tan cercanos: el regreso
Elizabeth Andreu Ferrer, joven música cubana, llega a Barcelona en la década del 90, decidida a comenzar una nueva vida. Aquí se reencuentra con el mar, ingrediente básico en la receta de la felicidad del cubano; conoce una ciudad bella y acogedora, con la arquitectura modernista como estandarte; y escucha hablar en una lengua que le remueve recuerdos de su niñez. Comienza a trabajar en un colmado, al igual que su bisabuelo cuando cruzó el Atlántico en busca de nuevos horizontes, pero en sentido inverso. Elizabeth inicia un nuevo y determinante capítulo de su vida, soñando ser recibida y sentirse como se sintió su bisabuelo cuando emigró a Cuba a principios de siglo.
Juan Andreu Pi llega a Cuba a principios del siglo XX con 14 años, en busca de mejores condiciones económicas. Cataluña vivía una profunda crisis agrícola del cereal y la viña, y una situación extremadamente convulsa en las ciudades y zonas industriales. Cuba se veía como un destino mítico y esperanzador para los jóvenes catalanes de todos los estratos sociales. Por las noticias que recibían de los parientes y conocidos que vivían en la isla (que nunca contaban si pasaban penurias) y deslumbrados con las historias de los indianos, que a su regreso a Cataluña tanta ostentación hicieron de sus fortunas, “hacer las Américas” se presentaba como el único camino posible para contrarrestar la desazón y miseria que reinaba en la península.
Ya muy mayor, Juan contaba a su pequeña bisnieta Eli sobre la salida de su pueblo natal, la travesía de barco casi un mes, la llegada a la bodega (comercios al por menor) en La Habana, propiedad de un pariente lejano del pueblo, con una carta de recomendación; las largas jornadas que tuvo que trabajar y las condiciones en que vivía, durmiendo en un jergón en el almacén del local. Así, con mucho esfuerzo se hizo de unos ahorros, y montó su propio pequeño comercio, se casó con una cubana hija de catalanes de Matanzas. Hablaba mucho de las visitas a la familia matancera, sobretodo en diciembre, hasta 1925, por las Fiestas de la Colla, donde iban en peregrinación hasta la Ermita de Monserrat en las alturas de Simpson. Allí, con el Valle de Yumurí y la bahía como telones de fondo, bailaban jotas, sardanas, cantaban y comían pan con tomate, estofados, natilla quemada (crema catalana) y todos recordaban con nostalgia la tierra que dejaron atrás.
Y en La Habana, de las reuniones familiares con la música que tenían en su memoria, fueron derivando al son, el bolero, las fiestas con mucha alegría, música y baile. La vida en La Habana tenía otro sentido totalmente diferente al de la patria que había dejado atrás. El clima húmedo y caluroso, los días siempre largos y soleados, el desarrollo de la ciudad. Cuba vivía unos momentos de bonanza económica por ser el principal país exportador de azúcar en el mundo, además del reconocimiento que ya tenían en Europa y Estados Unidos el tabaco y el café. Es cierto que también se vivió una época muy complicada, con la conocida crisis del 1929, pero tanto Cuba como la familia Andreu lo superaron.
En la década de los años 30, como opción a la sensible disminución del mercado azucarero, entró a jugar un importante papel el ocio y el turismo, dirigido fundamentalmente al público norteamericano, con sus pros y también sus contras. Dos de los hijos de Andreu fueron músicos profesionales, entre ellos el abuelo de Elizabeth. Ambos fueron partícipes de esta etapa, donde en sus presentaciones con orquestas en casinos, hoteles, cabarés y otros locales de la ciudad, además de fiestas privadas, coincidían con agrupaciones musicales catalanas. Desde el 1948 con la primera orquesta Los Chavales de España (Orquesta Gran Casino de Barcelona) hubo una sucesión de artistas españoles por los escenarios cubanos hasta el 1959. Una vez más, aunque en diferente contexto y condiciones, los catalanes salían en busca de mejores opciones económicas, y una vez más, la isla se las brindaba. Venían con trabajo seguro y bien remunerado, difícil de encontrar en España, esta vez para estancias más bien cortas, de pocos años.
1992, Barcelona se muestra al mundo como una ciudad bella, cosmopolita y multicultural. Y en los mismos años Cuba está sumida en una profunda crisis económica (período especial). Por aquellos azares de la vida Elizabeth, música, hija y nieta de músicos, llega a la capital catalana, cargada de sueños y de las historias de su abuelo. Ella con su idiosincrasia trajo su ritmo y alegría innatos, que su bisabuelo había incorporado a su vida en la isla, y ahora vuelve a sus raíces para insuflar aires frescos a la vieja Europa.
La fortaleza de espíritu, las ganas de hacer, el no rendirse antes las dificultades, las ansias de vivir y salir adelante, son rasgos que marcan a los descendientes de los catalanes y españoles que hicieron “las Américas”, aquellos hijos jóvenes que un día salieron del país hoy regresan. La sociedad catalana se enriquece, diversifica y fortalece con la exogamia y la transculturación, sin perder sus rasgos distintivos. Exactamente como sucedió en otra sociedad, no muy diferente ni lejana, tan solo un siglo atrás. La historia se repite.
Escrito por: Odalys Reyes
Material de consulta:
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Junqueras, Oriol. Els Catalans i Cuba. Raval Edicions, 1998
Tornero, Pablo. Comercio colonial y proyección de la población: La emigración catalana a Cuba en la época del crecimiento Azucarero (1790-1817). Universidad de Sevilla.
Material audiovisual:
Mondelo, Raul. Conferencia La presencia catalana a Cuba. La Bisbal de l’Empordà, 2019.
Rafuls Trujillo, Gretel. Sociedad de Beneficencia de Naturales de Cataluña. La Habana, 2017.
Riobó, Carles y Gómez-Font, Alex. El hombre orquesta. La aventura de los músicos catalanes en América. 2017.
Batista, Vanessa. Los que se quedaron. Filmnòmades, 2015
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